Goya presta más atención a la acción del personaje que a los aspectos narrativos. Judit no va enjoyada y engalanada como en la narración bíblica, sino que es una joven voluptuosa, con un pecho prominente que se deja adivinar a través de su escote, y cuya presencia es capaz de anular a un hombre. No es la alegoría de la templanza que vence a la lujuria, o la de la humildad que vence a la soberbia, simbología que se le había venido asignando, sino que aquí, en consonancia con la imagen que se repite continuamente en la obra del pintor, la mujer se muestra cautivadora y engañosa, lujuriosa y soberbia, capaz de atrapar al hombre en sus redes y anular su voluntad.
La capacidad expresiva con que se resuelve la composición, acentuada por el juego de luces y los colores oscuros aplicados en una técnica muy suelta, acentúa aún más la imagen de Judit como mujer tentadora, que incita al pecado y a la muerte.
El emparejamiento de temas bíblicos y mitológicos fue una práctica habitual en los ciclos pictóricos desde el Renacimiento, donde la unión Judit-Saturno ya había sido plasmada por varios pintores. En las fuentes literarias, el coraje y fortaleza de la heroína judía se contraponían al poder irracional del dios, pero es posible que Goya, en su vejez, estuviese angustiado por el paso del tiempo y viese en la mujer una nota de frescura capaz de aportarle la energía que ya le faltaba.
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